EL PEQUEÑO MIRLO DE MI JARDIN
Viene cada mañana, muy temprano, bajo mi ventana. Conozco su voz delicada,
menuda y fina. Contenta, esta voz encantadora conquista finos y delgados
matorrales aun verdes. Me gustan los movimientos bruscos, precipitados e inesperados de su endeble cabeza. Observo con la alegría de un niño sus miradas siempre asombradas, horadantes y curiosas, de las que la inquietud perpetua parece vivir y palpitar en el negro silencio de cada una de las plumas que recubren su tierno cuerpo.
Así como me es querido este pequeño cuerpo, tan poca cosa delante de la inmensidad del día que se levanta y hasta igual al ser entero del universo. Esta alma tierna y visible, concreta, allí, toda en escalofríos, toda atención, totalmente extraviada en una friolenta luz naciente de este día de otoño. Siento los latidos invisibles de este corazón minúsculo tan temeroso y audaz, tan pesado y ligero.
El pequeño mirlo. La belleza no es de ninguna manera en la palabra que lo nombra, él, ave insignificante , pero en este exquisito sentimiento de amor con cual lo pronuncio. Este pequeño mirlo es el mundo. Todos los mirlos, toda la luz, todo el cielo, todos los matorrales. Mi mirada se hizo de ternura y de admiración. Sí, hay mirlos que, desde mi infancia, cantaron en mí, fascinando mis ojos, hicieron más amistosa la mano de la mañana sobre mi hombro. Es la totalidad inagotable de la vida, tan plena, tan magnífica e importante como Dios mismo. Es la frescura, la expresión inocente de mi alegría.
Todos mis pensamientos acompañan el pequeño pico de mi amigo matutino que recoge, ansiosamente escuchando el rumor de los segundos, las últimas semillas maduras de la viña virgen en tren de perder sus hojas de oro rojo, lentamente descubriendo la gris desnudez de la alta pared de enfrente. Un horizonte ayer aun verde, magníficamente vivo, infinitamente bello. Un universo íntimo que cambia poco a poco de sustancia. Cada hoja que cae es como una nota musical que súbitamente se calla y da a la melodía del tiempo una nueva sonoridad. El tiempo, sutilmente entró en esta voz para dejar un instante de ser.
Así como me gusta toda esta sencillez del instante que me permite estar en enlace permanente con todo. Esta voz del alba penetrante que se adelanta a paso de hada en el olor húmedo del otoño.
Athanase Vantchev de Thracy
Paris, 7 de diciembre de 2009 .
mercredi 9 décembre 2009
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